Ash

Ash Nazg durbatulûk, ash Nazg gimbatul, ash Nazg thrakatulûk agh burzum-ishi krimpatul.

jueves, 19 de diciembre de 2013

Tolkien y su esposa, los verdaderos Beren y Lúthien.

¿Por qué motivo, la obra de J. R. R. Tolkien causa tales niveles de devoción y culto, más allá de la parafernalia fílmica y la mercadotecnia adyacente? Existen, desde ya hace años, grupos de estudio de las lenguas élficas, pintores dedicados a ilustrar la Tierra Media, revisionistas de sus obras, y curiosos que memorizan y analizan los mas minúsculos aspectos de su obra. A veces imagino la expectación de Christopher Tolkien al entrar a la habitación donde guarda todos esos papeles, notas, apuntes y trabajos a medio concluir.
Pero, ¿es realmente digno de tanta admiración? Y si fuese así, ¿Cuál es la causa? ¿Qué es aquello que encontramos en Tolkien, que, por ejemplo, no lo tiene C.S. Lewis, escritor contemporáneo suyo? La respuesta es simple y complicada a la vez. Se trata de la Magia. Si, magia, pero no la magia de “hocus pocus” o el moderno “Avada Kedabra”. No la magia de transformar príncipes en sapos o la magia de países imposibles con personas inimaginables. La magia de Tolkien, así como él mismo lo expresó, en su ensayo “Sobre los cuentos de hadas”, es la magia de la Subcreación.


Hagamos un paréntesis. La creación fantástica literaria, antes de Tolkien, no tomaba en serio a la magia. Bajo la visión de la Ilustración y el cientificismo del siglo XIX, el concepto de “magia” se unió al concepto “cuentos de hadas”. Y los cuentos de hadas, antiguas leyendas y mitologías paganas, se destinaron a los niños, quienes, crédulos, podían aún creer en fantasías y encantamientos. Esta visión denigrante de los adultos hacia la magia la explora Tolkien en su cuento “El herrero de Wotton Mayor”, donde el antagonista decora un pastel con hadas de azúcar, “porque esas cosas son las que les gustan a los niños”. Grimm, Perrault y Collodi, citando a algunos, si bien mencionaron a la magia, solo era con un sentido práctico o alegórico. No les interesaba mucho (ya que ese no era el fin de sus cuentos) averiguar cómo funcionaba la magia, o de donde se originaba. La calabaza se transforma en un carruaje “por arte de magia”. Fin de la explicación. Tanto es así que el verdadero propósito de los cuentos de hadas es proporcionar una especie de moraleja subliminal para los niños. Bruno Bettlelheim, en su libro “Psicoanálisis de los cuentos de hadas” se hace un estudio de las características de dichos cuentos, vistos como una manera de que el niño madure y evolucione a un adulto completo y funcional. Las hadas, los gnomos y los ogros de estos cuentos son simples accesorios, simbolismos o adornos folklóricos. Esas creaciones, si bien hermosas, se sienten acartonadas. Como el brillante escenario de una gran ópera. Pero todos sabemos, y los niños mejor que nadie, que esa fortaleza de papel, caerá al menor empujón.
Los relatos de Tolkien tienen mejores cimientos. Aparte de su prosa – clara, concisa, sin abusar del retruécano o el adjetivo inútil – la Tierra Media fue creada, en su mente y en el papel, como una Tierra Real completa, mediante la Subcreación.
¿Y, que es la Subcreación? Es el acto de crear, a manera de como Dios lo hizo alguna vez, vida y esencia. Dios es el único que puede crear con materia. El hombre solo puede crear con palabras. Pero Tolkien respeta el poder de las palabras. Si las palabras son (o fueron) conceptos, y dichos conceptos son imágenes en nuestra mente, al escribir:
“Un níveo castillo, alzándose sobre las raíces de la titánica montaña, iluminada con oro, y con sombras de plata.”
Al cerrar los ojos, podemos revivirlo. Ya estáLo hemos creado. Hemos utilizado la Subcreación, hemos hecho magia. La magia de los elfos, como Tolkien la describe, es la voluntad de mantener la belleza del mundo. Tolkien explica que el encantamiento, es en principio, una palabra, un adjetivo, que ejerce su efecto en un sustantivo. El sustantivo “gato” recibe el encantamiento del adjetivo “negro”. ¿Pueden imaginarlo? Hemos creado un gato negro en el interior de sus mentes.
Tolkien vivió dos Guerras Mundiales. Conoció el dolor, el sufrimiento y la muerte absurda. Las visiones mecanicistas, en donde el hombre era desechable, en donde se privilegiaba la gran máquina de guerra en lugar del honor y la virtud del guerrero, influyeron en sus creaciones. Tolkien no escribió acerca de elfos o enanos porque el mismo quisiera escapar a un mágico reino de felicidad perpetua, sino porque en esos símbolos el vertió su visión de la torcida realidad. Los elfos son la parte idealista de su obra, una belleza perfecta, eterna y poderosa. Pero incluso estos seres tienen sufrimientos y pesares, como la pesada carga de la inmortalidad. Los enanos son la parte materialista, preocupados en la tierra y el oro, no ven más allá de su propio beneficio, pero incluso ellos tienen virtudes, como la lealtad y la fuerza. Los hombres son el potencial, tanto al bien como al mal, en ellos hay herencia de cosas grandiosas, pero pueden degradarse y caer a extremos viles. Y los hobbits, esa raza simpática, es la gente pequeña, aquellos aparentemente indefensos y tontos, las victimas perfectas de cualquier otra historia (pero no de ésta), somos nosotros, los seres normales, que no blandimos una espada o que no podemos realizar encantamientos de protección. Pero incluso nosotros, los más pequeños e insignificantes, podemos ser capaces de cambiar la realidad, con la única fuerza de nuestra voluntad.
Eso es lo que Tolkien quiere decirnos. Aún en la peor guerra, aún en una época donde es preferible ser grotesco y egoísta, aún en contra de todas las probabilidades, aún hoy, podemos encontrar en nosotros, seres minúsculos, hogareños y casi insignificantes, la fuerza para derrotar al peor de los males, sobrevivir, e incluso, regresar a casa. En un viaje de ida y vuelta.
Hay quienes lo critican, tildándolo de demasiado romántico. Cierto, lo admito. La realidad a veces es demasiado dura, y el mensaje de Tolkien se diluye. Sin embargo, como ocurre en Sandman, de Neil Gaiman, cual a él le preguntaron qué cosa acabaría con una supernova, con la antivida, el respondió “esperanza”. Y todos los demonios permanecieron callados.
En las palabras de Tolkien hay esperanza. Esperanza no en derrotar al mal, no en ganar un reino. Esperanza en nosotros mismos, en que podremos cargar nuestro propio Anillo, y cumplir con esta absurda y peligrosa misión que es la vida humana.
Larga vida al Maestro.


Gracias a Enrique Puppo por compartirlo en: 

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